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La Nueva Victimización de Japón

El 59 aniversario del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima, 6 de agosto, y Nagasaki, 9 de agosto, ha coincidido con el estreno de una nueva película sobre el tema genbaku (bomba atómica) y sus efectos, tanto físicos como psicológicos, en la población japonesa y con noticias sobre el recibimiento violento, según los medios de comunicación japoneses, que el equipo de fútbol nipón (descrito de forma cursi como Zico Japan) y sus aficionados han tenido en China durante la celebración de la copa asiática de fútbol, lo cual ha vuelto a deteriorar las relaciones entre los dos países. A mi entender, todos estos acontecimientos tienen un punto en común: la visión, todavía prevalente en Japón, fomentada, todo hay que decir, por sus propios medios de desinformación, de un sentimiento de victimización del que se echa mano cuando el país se ve confrontado con un problema del exterior.

La película que he mencionado con anterioridad lleva el título de Chichi to Kuraseba (el título dado en inglés ha sido The Face of Jizo), dirigida por Kazuo Kuroki y basada en una obra de teatro del mismo título escrita por Hisashi Inoue, donde se explora el sentimiento de culpabilidad de los supervivientes de la tragedia. Mitsue (Rie Miyazawa) vio morir a su padre durante un bombardeo americano y lo único que pudo hacer fue escapar. Sin haber visto el film uno sólo puede especular que el drama de Mitsue, acuciada por un sentimiento de culpabilidad vagamente justificado, recibirá la simpatía de un público que verá en Mitsue a una víctima más de la guerra. Como muy bien apunta Mark Schilling en su reseña del largometraje, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki han quedado tan marcadas en la imaginación popular que los eventos ocurridos durante las dos décadas anteriores se han desvanecido por completo. Lo que ha permanecido grabado en la conciencia japonesa ha sido un sentimiento de victimización, o higaisha ishiki, sentimiento al que, como hemos dicho anteriormente, especialmente los medios de comunicación japoneses recurren cada vez que se cuestiona el pasado de Japón.

De alguna manera, esto es lo que precisamente ha ocurrido recientemente durante la celebración de la copa asiática de fútbol en China, que ha ganado Japón derrotando a la propia China en la final por 3 a 1. Los medios de comunicación japoneses han confesado su sorpresa ante la violenta actitud del público chino contra el equipo y los aficionados japoneses. En telediarios de diversos canales se han ofrecido, repetidas hasta la saciedad, imágenes de aficionados chinos en las gradas, para ser justos no muchos, lanzando botes a un grupo reducido de aficionados japoneses y profiriendo todo tipo de insultos. Tras la final del sábado, de nuevo, los informativos televisivos han ofrecido imágenes, siempre las mismas, de la policía china confiscando pancartas con eslóganes anti-japoneses o aficionados chinos quemando banderitas japonesas de papel. Este tipo de comportamiento en un derby de fútbol europeo no es nada fuera de lo habitual. Sin embargo, la sensibilidad japonesa ante cómo son percibidos en el extranjero es mucho más aguda. No en vano, Japón se ve a sí mismo como un embajador y mediador de la paz mundial. Un hecho bastante irónico considerando el potencial militar del que dispone el ejército japonés o jietai (fuerzas de auto-defensa). Algunas figuras muestran como la jietai cuenta con un plantilla de 45,500 personas, un total de 375 aviones de combate, 282 helicópteros y 976 tanques, no en vano su presupuesto es el cuarto más alto del mundo (para una información más detallada sobre la capacidad militar japonesa ver el interesantísimo artículo de Paul Thompson titulado Japan's war machine that isn't que apareció en el Japan Times del 20 de junio de este año con motivo del 50 aniversario de la creación de estas fuerzas). La actitud, bastante hipócrita, de los medios de comunicación japoneses ha sido, tomando prestado el título de la película de Pedro Almódovar, ¿Qué hemos hecho para merecer esto?.

No cabe duda que el comportamiento "violento", para los estándares japoneses, de una parte de los aficionados chinos ha sido fomentado por el gobierno y los medios de comunicación chinos. No obstante, cuando aparecen publicados como el de la edición en inglés del The Daily Yomiuri del 7 de Agosto, uno no puede más que quedar perplejo ante el nivel de paranoia y de ultranacionalismo que estos medios muestran ante la amenaza comunista personificada por países como China y Corea del Norte. Con todos mis respetos hacia los familiares de ciudadanos japoneses secuestrados por el gobierno norcoreano, este acontecimiento sólo ha servido, primero y más recientemente: tratar de mejorar la imagen del primer ministro Junichiro Koizumi y de su partido. Segundo, y más importante, perpetuar la imagen generalizada de Japón como un país víctima. En estos momentos, la exhaustiva cobertura mediática en Japón de una fotografía tomada en Corea del Norte de un individuo cuyo rostro se asemeja al de un estudiante de bachiller desaparecido en los años setenta, pudiera dar la impresión de que la desaparición anual de millares de personas en Japón es obra del enemigo rojo (la policía todavía no ha confirmado el supuesto secuestro del joven por parte de Corea del Norte). Como he apuntado millares de personas en Japón desaparecen todos los años. Tal es la propensión de esta desapariciones que hasta tiene su nombre propio, iede, literalmente fugarse de casa. Igualmente, el conflicto actual que Japón sostiene con el resto del mundo por su obstinada caza de ballenas también ha servido a los medios de comunicación nacionales para criticar a países en favor de la suspensión de esta actividad por entrometerse en la cultura, tradición pesquera y culinaria del país, en una situación de el resto del mundo contra nosotros y nuestra forma de vida.

Akira Fujino, jefe de la oficina del Daily Yomiuri en China, escribe en un tono ultra patriótico como "las autoridades chinas y los medios de comunicación del país han renunciado a presentar una imagen objetiva y equilibrada de Japón y su gente a los ciudadanos chinos debido al régimen autoritario del gobierno de aquel país". Fujino prosigue diciendo que "la sociedad china es bastante tolerante con cualquier tipo de comportamiento antisocial que esté dirigido hacia Japón" y que "las autoridades chinas fomentan esta atmósfera y todavía consideran" las relaciones históricas de los dos países "como un arma diplomática legítima para ser usada por China contra Japón". Y aquí viene lo mejor del artículo cuando Fujino estipula que "criticando el pasado de Japón, China quiere evitar que Japón se convierta en una superpotencia militar y política". El sentimiento de víctima aquí da paso a sueños de grandeza por un Japón con voz y voto en el concierto de la política internacional. El primer ministro japonés Koizumi ha pedido a la población china que muestre respeto por Japón, mientras que él mismo no hace lo suyo ya que continua visitando el templo Yasukuni, pagando tributo a los mismos criminales de guerra que cometieron innumerables atrocidades en China entre los años 30 y 40. Algunos comentaristas ahora incluso cuestionan la presencia de Japón en los juegos olímpicos de Beijing en 2006 por razones de seguridad.

Toshiro Mifune en
NIPPON NO ICHIBAN NAGAI HI [1967]

Si trasladamos este concepto de victimización al cine veremos como Nagisa Oshima fue el director que más ferozmente ha criticado los filmes de la posguerra de carácter pacifista de Nijushi no Hitomi (Keisuke Kinoshita, 1954, 24 Ojos), Waga Seshun ni Kui Nashi (Akira Kurosawa, 1946, que en España se ha venido a traducir como No añoro nuestra juventud pero que un mejor título sería Ningún remordimiento por nuestra juventud) o Kimi no Nawa (Hideo Oba, 1953, ¿Cómo te llamas?), donde la población japonesa en general se libra de cualquier tipo de responsabilidad moral por las atrocidades cometidas durante la guerra, sólo culpando aquellos al mando de las fuerzas armadas (1) pero excluyendo, muy convenientemente, al emperador. Explica Isolde Standish que a partir de los años 60 hubo una especie de movimiento alternativo a la versión pacifista de los trabajos de aquellos directores donde los líderes del periodo de la segunda guerra mundial recibían una representación positiva (2). Películas como Nippon no Ichiban Nagai Hi (Kihachi Okamoto, 1967, El día más largo de Japón ) Dai Nippon Teikoku (Toshio Masuda, 1982, El gran imperio japonés ) o Daitoa Senso to Kokusai Saiban (Haku Komori, 1959, El juicio internacional de la gran guerra del este ) ayudaron a mejorar la imagen del ministro de la guerra, general Anami (interpretado de forma heroica por Toshiro Mifune) en la primera y el primer ministro Hideki Tojo en las otras dos. Nippon no Ichiban Nagai Hi parece absolver de cualquier culpabilidad a todo el mundo, desde el emperador hasta el primer ministro Tojo y los ministros del ejército de tierra y la armada. También se sugiere que estos hombres no son culpables de haber comenzado las hostilidades y que tampoco son responsables por la derrota de Japón o el sufrimiento de la población japonesa a causa de esta derrota. Por el contrario, se presentan como inocentes porque han sido desinformados acerca del verdadero potencial militar japonés para confrontar el conflicto (3). Por otro lado, en los dos últimos largometrajes, por ejemplo, Tojo es representado como un héroe trágico sacrificando su vida por la institución imperial. Una de las frases más memorables en Daitoa Senso to Kokusai Saiban tiene lugar cuando Tojo, al ser detenido, proclama: "Soy la persona más responsable por la guerra pero no soy un criminal de guerra" (4

Más recientemente, los tres grandes estudios japoneses (Toho, Shochiku y Toei) financiaron la producción de películas de carácter bélico para conmemorar el 50 aniversario del fin de la guerra. Una de la más patrióticas fue Kike, Wadatsumi no Koe (Masanobu Deme, 1995, Last Friends ) producida por Toei, considerado por muchos críticos como el estudio más reaccionario, donde se exalta la actitud heroica de los soldados japoneses, culpando a unos pocos oficiales de los desastres causados por el ejército japonés. Mucho más extrema en su descarada versión ultrapatriótica de los "héroes" de la segunda guerra mundial fue la película que produjo en 1998, dirigida por Shunya Ito, con el título de Pride: Unmeni no Toki sobre, una vez más, el juicio por crímenes de guerra de Hideki Tojo, resultando en una defensa revisionista de Tojo y la expansión imperialista de Japón en Asia (5). Como Kuroi explica en una entrevista que mantuvo con Mark Schilling "la guerra nunca tuvo fin en mi conciencia. De hecho, nunca ha llegado a finalizar en este país ya que nadie, el emperador, el gobierno o la misma gente no han aceptado sus responsabilidades por todos los horrorosos crímenes cometidos. Japón es un lobo con piel de cordero". Este tipo de responsabilidad individual es aceptada por el personaje de Kaji (interpretado por Tatsuya Nakadai) en la trilogía de Masaki Kobayashi Ningen no Joken (La condición humana) cuando dice: "el hecho de ser japonés no es un crimen. Sin embargo, mi mayor crimen es ser japonés" (6).

SHIIKU
(Nagisa Oshima, [1961)

Nagisa Oshima ha tratado de poner al descubierto al lobo bajo ese piel de cordero en su condena al trato que los coreanos reciben por parte de la sociedad japonesa en filmes como Yungobi no Nikki (El diario de Yunbogi, 1965), Nihon Shunka-ko (Tratado de canciones indecentes japonesas, 1967), Koshikei (Sentencia a muerte en la horca, 1968) y Kaette Kitta Yopparai (El retorno de los tres borrachos). No obstante, fue en su anterior trabajo Shiiku (La presa, 1961) donde Oshima abordó el tema de la responsabilidad moral de la población japonesa durante la segunda guerra mundial. La historia, basada en una novela del mismo título del premio Nobel Kenzaburo Oe, gira entorno a la captura de un piloto americano de color por parte de los habitantes de un pueblo japonés durante el último verano de la guerra. Los vecinos del pueblo encuentran en el soldado el blanco perfecto en el que descargar su ira y frustración. Consecuentemente, el militar muere a manos de los lugareños, quienes a través de un proceso de revisionismo histórico, pretenden distorsionar los eventos que llevaron a su asesinato y lograr librarse de cualquier responsabilidad e incluso remordimiento.

El pueblo representa pues un microcosmo del Japón donde los primeros años de la post-guerra marcados por una genuina auto-reflexión en torno al papel de Japón en la guerra fueron seguidos por un periodo de amnesia colectiva necesaria para enfrentarse al reto político-económico impuesto por los EE.UU. tras el estallido de la guerra de Corea. El hecho de que el soldado es de raza negra no es pura coincidencia. Como Oshima explica: "En la guerra uno nunca lucha contra un enemigo al que se considera superior... Si el soldado americano fuera blanco, un japonés sentiría una clase de admiración o respeto por él. Mientras que el japonés detesta al hombre de color por que éste es físicamente muy diferente, y por lo tanto inferior. En su subconsciente, el japonés considera al hombre blanco superior (7).

Este sistema de valores todavía sigue prevalente hoy en día. El gaijin (literalmente guiri, el cual puede acarrear ciertas connotaciones despectivas dependiendo en cómo y cuándo se use, gaikoku-jin es un término más neutral para describir a un extranjero) es clasificado en diferentes niveles, dependiendo de la raza y el país de origen del extranjero. En el nivel más alto de la tabla de valores de la sociedad japonesa tenemos, como no, al hombre de raza blanca, especialmente si es de origen anglosajón o europeo. A continuación, tenemos a miembros de raza asiática. Aquí, por supuesto, nos encontramos con diferentes subdivisiones, por ejemplo, el coreano ocupa un peldaño más que un filipino o un tailandés. En el nivel inferior se encuentran los miembros de la religión musulmana y, en el escalafón más bajo los miembros de raza negra, eso sí, aquéllos de origen africano. Afro-americanos ocupan una posición más elevada.

Sin duda alguna los bombardeos de Hiroshima, Nagasaki, Tokio y otras ciudades japoneses fueron actos que fácilmente tachables de crímenes contra la humanidad. Los Estados Unidos, por su parte, distan mucho haber hecho suficiente auto-crítica al respecto y mostrado un honesto arrepentimiento. De hecho, el primer y último uso de la bomba atómica continua siendo justificado por diversos sectores de la sociedad norteamericana. De la misma manera, una buena parte la sociedad japonesa se sirve en particular de la tragedia de Hiroshima y Nagasaki para evitar afrontar los incómodos sucesos de las décadas precedentes. La muerte del emperador Hirohito (hacer comentarios sobre la figura del emperador sigue siendo un tema tabú en los medios de comunicación japoneses) significó el final de una era (Showa) marcada por la aventura expansionista japonesa de los años treinta, su participación en un conflicto bélico que remató con la casi total destrucción del país, para luego resurgir de sus cenizas en los años sesenta y convertirse en la segunda potencial económica mundial. Su muerte puso fin también, o al menos aminoró en parte, un capítulo extremadamente bochornoso de la historia de Japón.



Notas

  1. Turim, Maureen, p.158.
  2. Standish, Isolde, p.151.
  3. Mellen, Joan, p. 196-197.
  4. Standish, Isolde, p. 142-153.
  5. Schilling, Mark, p. 28.
  6. Standish, Isolde, p. 132.
  7. Desser, David, p. 150.

Bibliografía

Bock, Audie (1978) Japanese Film Directors, Kodansha International, Tokyo.

Desser, David (1988) Eros plus Massacre: An Introduction to the Japanese New Wave Cinema, Indianapolis, Indiana University Press.

Mellen, Joan (1975) The Waves at Genji's Door: Japan Through its Cinema, Pantheon Books, New York.

Schilling, Mark, (2000) Contemporary Japanese Film, WeatherHill Publications.

Standish, Isolde (2000) Myth and Masculinity in the Japanese Cinema: Towards a Political Reading of the "Tragic Hero", Curzon, London.

Turim, Maureen (1988) The Films of Nagisa Oshima, Berkeley, University of California Press.

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©EigaNove (Joaquín da Silva)
Fecha de publicación: 10/8/2004